domingo, 20 de junio de 2010

Horacio

Recuerdo como si fuese ayer el día que le conocí. Estaba impecablemente vestido y su cuerpo que a primera vista no era especialmente excepcional poseía esa cualidad de ser la percha perfecta para la ropa de alta calidad que llevaba: Ni una arruga ni un pliegue fuera de su sitio. A ello se le unía sus ademanes y gestos tan controlados y tan medidos que su ropa se acompasaba a la perfección con cada uno de sus movimientos. Todo en él era elegante y cuidado.

Pero el punto culminante fue cuando le oí hablar de su ciudad adoptiva: París. No solo por el contenido de excepcional calidad que nos trasmitía sobre la ciudad, con un mezcla entre datos, fechas, historias, anécdotas y un toque humorístico adaptado a las características de los turistas españoles a los que se dirigía. También era el tono de su voz, con esa mezcla entre su acento argentino de origen y su francés adoptado. Si hay dos acentos que me gusten son precisamente estos dos, el francés por su elegancia y sonoridad tan sutil que a veces simula una corta melodía, y el argentino, que sin saber describir por qué me parece realmente excitante. El aunaba en sí los dos, aunque en las ocasiones que pronunciaba una palabra en francés, lo hacía con tanta sonoridad e intensidad, que a veces me parecía exagerada. Yo creo que quería dejar bien claro que amaba tanto ese idioma, que cualquier leve matiz en la pronunciación era tratado con un respeto sin igual.

Esa mezcla tan sutil entre su apariencia exterior, sus ademanes, su voz y sus manera de trasmitir el amor por su ciudad, me produjo una atracción instantánea: Horacio es uno de los mejores guías de París que he conocido, no solo trasmite datos, curiosidades, fechas e información a la perfección, sino que además sabe contarlo de tal forma y en los momentos más oportunos, que hace que el paseo por las calles de París sea como un cuento ilustrado contado por el mejor lector y que te enamores casi sin darte cuenta de él y de París.

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