El Covid-19 ha
sido y es sin duda una de las situaciones más problemáticas a las que me he
tenido que enfrentar. En mi caso no ha sido desde el punto de vista sanitario,
ya que ni mi familia ni yo no lo hemos padecido, al menos que yo sepa, sino más
bien desde el punto de vista económico y profesional. Después de labrarme una
carrera como guía turística con tesón durante años, ahora parece que tendré que
reinventarme, buscar otra profesión o fuente de ingresos hasta que el turismo,
y en mi caso particular el internacional, pueda restablecerse de
nuevo. Mucha gente dice que busques en tus pasiones y tus aficiones una
nueva profesión. Pero para mí, ser guía turística es realmente mi vocación y mi
pasión, lo que más disfruto haciendo y lo que mejor se hacer. Por
eso no puedo evitar sentir frustración y desesperanza, al darme cuenta de que
después de tanto esfuerzo, tengo que, de nuevo, volver a empezar.
Cuando hay
acontecimientos traumáticos o extraordinarios como el que estamos pasando,
intentas encontrar un punto de sustento, quizás para no caer o quizás para
darte impulso. Estos puntos de apoyo suelen ser sobre todo tus amigos y
tus familiares. Poder pasar más tiempo con tus seres queridos más cercanos es lo más positivo que puedes encontrar en todo este encierro. Sentirte útil,
poder ayudar a alguien de alguna forma, ciertamente alza el espíritu. También
intentas encontrar consuelo en el ocio: el arte, la cultura, los cursos, las
películas, los libros, el deporte, el yoga, o cualquier cosa que esté al alcance
de tu teclado y que ahora por fin, tienes la posibilidad de disfrutar.
Igualmente, en el orden, en recolocar tus cosas, en organizarte, en deshacerte
de aquello que ya se ha convertido en superficial. Realmente hay un montón de
cosas que pueden servirnos de ayuda.
Pero aún con
todo ello, no consigo sentirme bien. Pese a la multitud de mensajes positivos
que nos invaden: “Todos juntos”, “ya falta menos”, “lo estamos consiguiendo”,
etc, no son suficientes, ya que desgraciadamente contrastan con la realidad
que día a día nos ofrece el telediario.
Así que, busqué
más apoyos e intenté volver la vista atrás, intentando revivir experiencias pasadas y de
las que hubiera sacado mensajes de aprendizaje en mi vida. Mi mente trato de
rebuscar y entre ellas encontró los recuerdos de hace más de 20 años, cuando
otro gran acontecimiento tuvo lugar en mi vida: Mi viaje a la India. Un viaje sin
duda de transformación, en el que durante tres meses conocí una realidad muy
distinta a la nuestra, con sus luces y sus sombras, y que me enseñó tanto sobre
la relatividad de la vida y de nuestros problemas cotidianos.
Los recuerdos
que más rescaté fueron las imágenes que me sobrecogieron saliendo en tren
desde Bombay, rumbo no sé a dónde. Desde la ventana de mi vagón se sucedían kilómetros
y kilómetros de una misma imagen, la de la desolación y la pobreza de los
barrios más marginales que puedas imaginar. Los miraba con enorme profundidad
ya que quería retener esas imágenes en mi memoria para siempre, quería que
impresionaran de forma permanente mi mente para que cuando tuviera momentos de
desesperación pudiera apoyarme en esos recuerdos y desenfocar de mis problemas
del primer mundo. Y es cierto que, comparado con ellos, incluso nuestra vida
durante el covid-19 se relativiza. Estar encerrado en casa, con aire
acondicionado, viendo películas, leyendo libros, pasando más tiempo con tu
familia, parece que no debería ser ningún problema.
Sin embargo, lo
es, y puede que mi postura parezca egoísta y banal comparada con la vida que
les ha tocado a otros o con las consecuencias mucho más dramáticas que esta
situación ha supuesto para mucha gente. Para mí, en estos momentos, las
desgracias de los demás no me sirven de consuelo ni de sustento.
Muchos sueños se
han ido al traste y no termino de vislumbrar una luz lo suficientemente intensa
al final del túnel, o puede que lleve ya demasiado tiempo encerrada y tan solo
necesite un poco más de vida para poder encontrar una salida. Puede parecer
estúpido que en mi situación me queje de no poder irme de vacaciones este año,
o de no saber cómo voy amoldarte a esta nueva vida, o de no saber de qué
vamos a vivir los próximos meses, o de simplemente no poder sentirme libre.
Para mí éstos
también son problemas. Problemas del primer mundo, pero problemas. ¿Entonces
mis viajes, mis visiones de antaño, mis experiencias no han servido para
nada? Puede que no tanto como quisiera. Puede que ya haya pasado
demasiado tiempo, que me haya aburguesado en demasía y que el capitalismo y la
occidentalización hayan calado en mi mucho más de lo que yo creía, o simplemente quizás, no
sea tan fuerte como imaginaba.
Aquellas
experiencias, junto con otras muchas más de mi vida, sin duda han
conformado mi personalidad y mi sentido de la vida, y me ayudan a mantener el
equilibrio mental en estos duros momentos. Pero al mismo tiempo tengo la
necesidad de quejarme, de sentirme frustrada y muchas veces desesperada
ante la impotencia de los acontecimientos. Y creo que eso es algo que todo el
mundo debería hacer: exteriorizar todo este malestar, sacarlo fuera, quejarnos,
llorar, estar de mal humor e incluso tocar fondo. Sacar esa negatividad e
intentar neutralizarla con todos esos puntos de apoyo. Solo así conseguiremos
una sociedad sana, que no tenga que mantener siempre la sonrisa, que no tenga que
estar siempre bien, que no sea tan perfeccionista y pretenda que estemos siempre alegres. Debemos
aceptar nuestras debilidades e imperfecciones, de forma que no nos volvamos
locos y que cuando todo esto pase o al menos mejore, podamos seguir adelante.
Me gustaba como
era mi vida, y ya no va a volver a ser lo mismo. Quizás en un futuro lejano,
puede que incluso mejore y se depure de tanta velocidad, globalidad y
capitalismo. ¿Quién sabe? Pero ahora solo soy capaz de mirar el presente y el
futuro más cercano, y lo cierto es que lo que vislumbro no me da mucha
esperanza.