Vivo en Barajas, un lugar bastante desconocido incluso para los habitantes de Madrid. Muchos se sorprenden cuando les digo que forma parte de uno de los barrios de Madrid capital.
Lógicamente
la gente lo asocia con el aeropuerto y muchos se imaginan un lugar lúgubre
donde estamos continuamente invadidos por los ruidos de los aviones, sin embargo,
no es para nada así. Es cierto que desde mi casa se puede ver la torre de
control e incluso los aviones, pero nunca sobrevuelan el barrio ni se escuchan
los aterrizajes. Lo que sí que se oye, si hay el suficiente silencio, es el
despegue de los aviones.
Desde siempre me han fascinado los despegues, ese sonido in crescendo que para mí denota fuerza y potencia y que es la consecuencia de un fenómeno que sigue siendo totalmente inexplicable para mí, como es el que un avión con todo su peso, equipaje y personas pueda alzar el vuelo. Sí, siempre me ha gustado porque es un sonido leve pero intenso que dispara mi imaginación sobre donde ira, a quien llevará y sobre todo lo siento como la huida perfecta de tu presente hacia otros lugares donde tu realidad cambia de forma inmediata.
Nadie debe quedarse paralizado, hay que seguir adelante para pronto conseguir levantar el vuelo y sentirse entre la nubes de cualquier lugar de tu fantasía o imaginación.
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